Sergio González Levet /
A todas las madres, en este recoleto aniversario
La claridosa lectora y el clarito lector, cotidianos de esta empecinada columna, se habrán dado cuenta del esfuerzo que he venido haciendo durante las últimas entregas para no tocar el tema del coronavirus, la pandemia, el sars-cov-2 y el Covid-19.
Me tuve que ir a recorrer los caminos y las calles para darme de lleno en los topes, verdaderas trampas del camino, o me fui a filosofar con nuestro amigo El Gurú sobre el valor del dinero en nuestras vidas… todo con el fin de no caer en el tema que todos traemos en la boca y en la mente y encerrados en la casa, el del bicho innombrable (de ahora en adelante), que tantos daños ha causado, está causando y causará a la estabilidad económica mundial, así como a nuestra pretendida tranquilidad de seres mortales, de hojas sueltas a merced del viento del destino.
Del virus (ustedes saben a quién me refiero) que nos ha asolado y echó a perder este año y probablemente muchas vidas… tal vez la de usted, la de su vecino, la mía.
Enjaulados en nuestros propios hogares por culpa del otro Ya Saben Quién -el de la enfermedad todavía sin cura, el flagelo de este siglo y de la humanidad como nunca antes-, muchos han ensayado a dejar de escuchar y ver las noticias profusas que tienen dominado el panorama informativo del mundo; han preferido ya no saber cuántos murieron/se contagiaron/ se salvaron en todo el mundo, en otros países, en el nuestro y en nuestro estado y en nuestro municipio.
No, no es hacerle al avestruz, sino seguir el consejo de psicólogos y ´psiquiatras, para darle una vacación al miedo, a la angustia sideral, a las retorcidas de manos porque no llegan los centavos ni alcanza para el gasto, Bartola. Por las deudas pendientes… y crecientes… y monumentales.
Creo que conmigo, la mayoría de los apresados en las cuatro paredes de lo que antes era el hogar ya han recorrido todas las alternativas del entretenimiento: medio arreglar los desperfectos de la casa; lavar trastes; ver los programas de televisión, las películas y series, los informativos; lavar trastes otra vez; disfrutar el humor involuntario y corrosivo de las mañaneras del YSQ original; en una de ésas, platicar con nuestros familiares; ya en la desesperación hasta leer un libro… Y lavar trastes.
Y todo, todo, todo para volver de nuevo a pensar y platicar del innombrable minúsculo de 200 nanómetros apenas (cuando un nm equivale a la milmillonésima parte de un metro), microscópico para nosotros, pero grande en comparación con los de su especie, tanto que apenas puede volar en el aire un metro y medio antes de desplomarse en el suelo, que si fuera más ligero ya hubiera acabado con la humanidad entera.
Encerrados como estamos, la lucha a estas alturas es contra el aburrimiento, contra la desesperación por no poder salir, contra ese rencor que cada vez dominamos menos contra nuestros prójimos, contra nuestros próximos.
Y contra el temor por lo que viene, por las finanzas sin fondo echadas a perder para siempre, que nos meterán de nuevo en las cobranzas de los bancos, tan comprensivos y tan mexicanos ellos. A ver si al otro innombrable se le ocurre expropiar la banca como lo hizo López Portillo en 1982, y entonces ya no serán extranjeros sino el propio gobierno el que nos esquilmará nuestro patrimonio, tan venido a menos en tan pocos meses.
Por lo pronto, hay que permitir que deambule la loca de la casa, la imaginación, y rogar que la garra sea suave…
Dejadme la esperanza.
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