Vamos mal, pero… O: Desde que se inventaron los pretextos…

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Andrés Manuel López Obrador FOTO: WEB
- en Opinión

Sergio González Levet / No sé si es la marca de la casa o si comparten alguna enfermedad altamente contagiosa, pero en las filas de Morena y sobre todo de los gobernantes de Morena cada vez más se nota un regusto insano por meter la pata, y no querer corregir el error.

Nuestro Presidente de la República, que es un hombre inteligente y bien intencionado, muchas veces se pierde la oportunidad de enmendar algún yerro solamente por esa actitud de insistir siempre en llevar hasta el extremo sus ideas y/o sus ocurrencias.

Como partido (o movimiento) en el poder, Morena ha ido perdiendo una gran parte de las preferencias electorales de las que gozó en 2018, ésas que le dieron un poder como nunca dentro de las instituciones públicas del país. Y se le desvanece ese fervor ciudadano porque sus más conspicuos representantes están empeñados en hacer acciones impopulares, en lanzar declaraciones soberbias, en pleitear sin razón y dar el espectáculo de la crispación en todos los foros.

Un admirado periodista me decía alguna vez no hace mucho que no comprendía por qué los morenos se veían tan enojados, ¡si habían ganado!

Es que Morena es un rencor vivo.

Cuando eran oposición, sus representantes gritaban y se exasperaban por todo y contra todo lo que hacía el poder público. Lo que decían y acusaban en ese entonces se veía congruente y aceptable, ante los excesos de la corrupción de los gobiernos priistas y panistas, que asolaron la hacienda pública y dejaron al Gobierno en la bancarrota.

Llegaron al poder exasperados, se instalaron en las administraciones públicas, en las mayorías representativas, las controlaron… y siguieron llenos de rabia, furibundos contra los corruptos del pasado, pero también contra cualquier persona que hubiera tenido algún contacto con ellos, como muchos burócratas que perdieron sus empleos o vieron reducir drásticamente sus salarios, ganados honestamente con su trabajo diario y responsable.

Del mismo modo, muchos funcionarios respetables, que sabían hacer su chamba y la hacían bien, fueron arrasados por el furor de la indignación morenista, que solamente vio enemigos en quienes no habían pertenecido a su proyecto o habían conseguido un modo decoroso de vivir gracias a su honrada medianía.

Llegaron y desmantelaron. Cortaron por lo sano. Corrieron a quienes no consideraron químicamente puros, emulando a las razias estalinistas o a los excesos ideológicos de la revolución cultural china.

Se instalaron en el poder, y empezaron a cometer errores.

Entonces, el pueblo bueno y honesto empezó a ver que las cosas no salían como le habían prometido, que no había mejoras en el bienestar de la gente, que el tiempo pasaba y la situación iba empeorando.

Y de las acciones fallidas, el Gobierno y sus hombres empezaron a caer en el pretexto: Vamos mal, pero:

a) La culpa la tienen los del pasado.

b) Los conservadores están boicoteando las buenas acciones.

c) Los medios de comunicación solamente destacan lo malo.

Un mandato sin autocrítica lleva al fracaso, así como una necedad repetida por treinta millones de bocas no deja de ser una necedad, dijera el escritor francés Anatole France.

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