Historias de la calle

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Madre indígena FOTO: WEB
- en Opinión

Édgar Landa Hernández / Sábado por la noche. El clima permite poder salir a distraerse un rato. La lluvia se ausenta y el cuerpo está dispuesto a pasar una velada sin igual, a ritmo de timbales y percusiones, de acordes de guitarras que vibran al compás de la música, cuerpos en cadenciosos movimientos dan rienda suelta al baile.

El espacio del lugar se torna insuficiente, algunas personas recién llegan, otras se retiran del lugar.

Las mesas se encuentran llenas, botellas de vino y otras con cervezas, y bebidas diversas. El jolgorio se disfruta a más no poder entonando las melodías que dejaron gratas sensaciones en los 80s. El ambiente transforma los pensamientos, risas por doquier, charlas amenas que concuerdan referente al recuerdo.

Todo es alegría, ¡hasta que una mujer llama la atención de los parroquianos! Sus vestimentas representan lo milenario, lo nuestro. Una falda larga cubre de su cintura hasta los tobillos dejando entrever la resequedad de unos pies que piden clemencia. Su rostro fatigado da muestras de su dolor, mientras que en una de sus manos; unas canastas de ixtle que ofrece a cada una de las personas ahí reunidas. Son Las 12 pm. Y ella continúa tratando de conseguir unos pesos para sopesar el día que languidece lentamente. La mayoría la ve con tristeza, a pesar de la música llega la reflexión, el cuestionamiento hacia esta persona. Sobre su espalda, atado a ella su vástago, si acaso tendrá 12 años, y con una longitud que sus pies descalzos casi llegan al piso. El rostro del infante explica la situación, así como la malformación de su cuerpo. Sus ojos idos, perdidos entre la nada. Él no sabe lo que sucede, simplemente es la razón por la cual la madre lo cuida y protege.

La benevolencia de las personas le obsequian monedas, y ella solo extiende su mano dejando su sufrimiento en el corazón de los ahí reunidos.

Por un instante me olvido de todo, me cuestiono, ¿Por qué la mayoría de las veces la gente que menos tiene es la que sufre más? ¿cuál fue la razón por la que este pequeño no tenga ni la más mínima oportunidad y esperanza de correr y jugar como los demás niños de su edad?  Son estas situaciones en donde resurge el enfado, en donde éste su servidor cuestiona al universo, y se pregunta ¿y dónde está Dios? ¿Por qué tanto sufrimiento para esta persona, que a pesar de expresar su amor a su pequeño el destino le depara aún más penas referentes a su hijo?

Respiro profundo, es hora de partir. Hoy aprendí que para una madre no importa los kilómetros que tenga que recorrer, siempre tendrá fuerzas para sacar adelante a sus hijos. Mis bendiciones a esta Mujer digno ejemplo de la mujer mexicana.

Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa

Edgar Landa Hernández.

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