Aurelio Contreras Moreno / La desesperación del régimen priista ante el nulo crecimiento de la candidatura de José Antonio Meade, a menos de dos meses de las elecciones presidenciales, lo llevó a cometer un acto cercano al suicidio.
A media campaña, decidieron relevar al insípido Enrique Ochoa Reza de la dirigencia nacional del Revolucionario Institucional para reemplazarlo por el ex gobernador de Guerrero, René Juárez Cisneros.
Un priista de viejo cuño, formado en un estado de gran complejidad y con altos índices históricos de violencia, y que es identificado como parte del “ala dura” de ese partido que encabeza el ex secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, con quien trabajó en esa dependencia.
Su nombramiento lleva implícita, entre otras implicaciones, la aceptación tácita de que el actual grupo gobernante perdió los hilos del poder y es, por sí solo, incapaz de mantenerse al frente de la Presidencia de la República. Así que ha tenido que recurrir a viejos operadores priistas, expertos en hacer política “a la antigüita”. Con todo lo que eso también conlleva.
El estancamiento de la candidatura de José Antonio Meade fue evidente prácticamente desde que ésta fue lanzada, pero en Los Pinos optaron por una estrategia que al final no les aportó ningún beneficio: atacar al segundo lugar, al panista Ricardo Anaya, con la intención de rebasarlo para después ir por el puntero, que fue y sigue siendo el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
El fracaso de esa estrategia también llevaba mucho tiempo de ser incuestionable. Porque si bien lograron desgastar al panista, quien resultó favorecido no fue Meade, sino el abanderado de Morena, que en las últimas semanas comenzó a rayar el 50 por ciento de las preferencias, límite que de ser rebasado, sería casi imposible de revertir.
Ante el desastre inminente, el régimen ha decidido dar lo que se llama un “golpe de timón” –que para efectos propagandísticos, es atribuido a una decisión del candidato presidencial- y colocar al frente del otrora imbatible “partidazo” a un político cuyo fuerte, como quedó de manifiesto durante su toma de posesión, no es la oratoria, sino la operación electoral.
El reempoderamiento del viejo PRI en la campaña presidencial ya no tendrá recompensa a través de candidaturas, pues éstas ya han sido definidas en su totalidad para todos los procesos de elección federal y locales. Así que la única manera de que los “dinos” saquen ventaja de este reacomodo es ganando la elección presidencial.
Su gran problema es que la decisión de dar un giro radical a la estrategia se ha tomado mucho muy tarde. Y aun cuando es previsible lo que pretenden hacer durante lo que resta de la campaña y el día de la jornada electoral, quién sabe si eso les alcance para dar un vuelco que hiciera creíble un resultado que, en las actuales condiciones, es impensable.
Porque el reemplazo en la dirigencia nacional del PRI también significa que la decisión es ir con Meade hasta el final, lo que cancela la posibilidad de una declinación, como se especuló fuertemente en los últimos días debido a lo que sugirieron los propios actores de esta disputa política.
Las últimas semanas de la campaña serán cruciales para un régimen que se creía se mantendría en el poder por mucho tiempo, y que en este momento parece estar en terapia intensiva.
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