En épocas de campañas, los ciudadanos nos vemos sometidos a una serie de discursos que, más que una realidad concreta, sólo muestran el dibujo que un adversario esbozó de su contrincante. De tal forma que los perfiles se distorsionan, esa es la finalidad, y los electores nos quedamos sólo con la caricaturización del personaje. Hay quienes entienden eso, pero hay quienes compran la caricatura y se quedan con ella.
Es cierto, algunos candidatos se caricaturizan ellos mismos, se colocan capas, portan estandartes, se disfrazan de pueblo, o se presentan como superhéroes, como seres magníficos tocados por los dioses, los cuales pregonan que a una palabra suya los problemas de este país se acabarán. Son pocos los ciudadanos que se ponen a reflexionar sobre los defectos y virtudes de su candidato; son menos los que analizan las propuestas que estos tengan.
La gran mayoría de los electores prefieren que sean otros los que les brinden esa información, pero esa información que les brindan está incompleta y muchas veces distorsionada. Y esa información por lo regular les llega de los adversarios.
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