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Hacia una defensa de La palabra pendejo (Sin alusiones a nadie en particular)

Pendejo, palabra tan difamada, tan mal usada, tan vilipendiada. Pendejo, según la Real Academia, es un pelo que nos nace en el pubis y que la verdad no sirve para nada; como los pendejos. Pero pendejo también es un hombre tonto, estúpido, pusilánime. En Argentina y Uruguay un pendejo es un adolescente que quiere tomar actitudes de adulto, sin serlo. Un chamaco de trece años que fuma con sus amigos, porque ve que su padre y su madre lo hacen en la casa es un pendejo. Lo mismo la chica que sostiene relaciones a temprana edad, todo porque ve que su madre tiene una colección de amantes. Pero en Costa Rica cambia el sentido, en ese país un pendejo es un miedoso. Cabe mencionar la anécdota de una mujer tica que estando en México y platicando sobre la madre que no quiso subirse al avión comentó: «Lo que pasa es que mi madre es una pendeja (miedosa)». Por supuesto todos las corrigieron.

A mí me gusta la palabra pendejo. Me encanta la explosión de su primera sílaba, la ironía de la segunda y la intención de la tercera sílaba de dejarnos con la cara de pendejos. Pendejo es una de las palabras que más uso. Pero para mí no es insulto, para mí pendejo es una simple referencia, una manera de reconocer a un sujeto que llena todos los requisitos para serlo. Un sujeto que tira un florero por primera vez es descuidado, si lo tira por segunda vez ya es torpe, pero si lo tira una tercera vez del mismo lugar no es descuidado ni torpe, es un pendejo. No se le podría llamar de otra manera. Es por eso que abogo, junto con mucha gente, para que se quite la palabra pendejo de la lista de malas palabras.

No nos hagamos pendejos, esta palabra nos parece ofensiva porque descubre algunas actitudes y califica acciones que cometemos cuando andamos en la pendeja. O niegue que de repente a usted no se le sale decir pendejadas de vez en cuando. Todos hemos sido en algún momento de nuestra vida pendejos; lo malo no está en serlo, ya que se puede uno redimir, lo malo es dejar que otros nos agarren de su pendejo.

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