Si un niño, adolescente, adulto, o una persona de la tercera edad no puede aprender de la forma en que enseñamos, quizás deberíamos enseñar como él aprende. El tradicionalismo ha sido enterrado y los nuevos modelos de aprendizaje deben encajar de modo natural de acuerdo al contexto biológico que estamos viviendo. En lo referente a la evaluación, algunos docentes se sienten amos y señores, creen que al tener varios reprobados su estatus de buen maestro se incrementa.
Es cierto que no se trata de regalar calificaciones ni solapar actitudes perezosas e indiferentes, pero tampoco el docente debe ser riguroso e inflexible. Desde luego que, si no hay elementos para evaluar, tampoco se puede de manera arbitraria poner una calificación aprobatoria. Pero debe tener un pan B, que incluya elementos extraordinarios para evitar reprobar al alumno.
La Secretaria de Educación Pública (SEP) señala que, al momento de calificar, se debe dar prioridad a la función formativa de la evaluación, emplear estrategias complementarias para el aprendizaje, valorar los avances a partir del contexto particular de los estudiantes, considerar las condiciones específicas en que la emergencia sanitaria lo ha afectado, utilizar la evaluación como un instrumento para mejorar el aprendizaje y asignar calificaciones solo en los casos donde los maestros hayan tenido contacto frecuente con sus alumnos.
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