México es, junto con Brasil, un bastión de la iglesia católica en América. La gran mayoría de los mexicanos profesa la religión católica. Sin embargo, esa profesión no se refleja en la forma de ser de los mexicanos. Las cifras de maltrato en contra de las mujeres por parte de sus maridos casados por la iglesia son altas, lo mismo que los divorcios de personas casadas por la iglesia; asimismo la delincuencia es una plaga que cunde en la sociedad y si usted le preguntara a los delincuentes que religión profesan, ellos le dirán que son devotos de la virgencita de Guadalupe.
Es decir, teniendo tantos problemas que deberían resolver dentro de la propia iglesia y en beneficio de sus feligreses, a la jerarquía católica lo mejor que se le ocurre es marchar en contra de los matrimonios igualitarios; es decir, buscar eliminar un derecho a las personas del mismo sexo que requieren la seguridad jurídica del matrimonio.
Pero eso sí, la pederastia entre los sacerdotes, eso puede esperar; el maltrato a las mujeres, los divorcios, la delincuencia, la falta de vocación en sus seminaristas, todo eso puede esperar. ¿Y qué hay de los católicos que marchan y le siguen el juego a su jerarquía? Esos son como los fariseos que describió Jesús en los Evangelios: «Limpian el exterior de la copa, pero por dentro están llenos de inmundicia».
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