Basta con ver la vida que se dan los hijos de López Obrador para entender que son millonarios. No tienen empresas multinacionales, no son dueños de cadenas de radio o televisión, no son dueños de equipos de futbol, pero basta con que son hijos de López Obrador. No forman parte del gabinete de su padre, pero incrustaron en el gabinete a varios de sus amigos incondicionales. No licitan como contratistas del gobierno, pero apadrinan a sus amigos que se han quedado con millones en contratos del Tren Maya, Dos Bocas y otras obras emblemáticas de la 4T.
Y a pesar de todo esto el presidente se atreve a decir que él no es rico: “Siempre lo he dicho, pero desde que empecé a trabajar como servidor público estoy atendiendo a pobres y a enfermos, y estoy defendiendo la justicia, y estoy luchando en contra de caciques y de corruptos, desde hace 50 años. Me da pena tener que decirlo, pero hay veces que se piensa que somos iguales. No, nosotros estamos aquí por convicción. Si fuese por dinero, 2 millones del narcotráfico para la campaña, estaría yo inmensamente rico, inmensamente rico”.
Dice el “Rey del cash” que él no tiene nada: “De mis bienes sólo tengo una casa. Que, por cierto, ya la entregué a mis 4 hijos, no tengo nada. Mis libros, que ya también, como tengo mi testamento, ya todos los libros de mi oficina van a ser para Laura, para Laurita. Y ya mis hijos tienen lo que les corresponde, Beatriz también, yo no tengo nada. Y nunca, nunca he tenido una tarjeta de crédito, nunca; es más, no sé, no sabría yo cómo llenarla, o sea, porque estoy dedicado a otra cosa”. ¡Vaya embustero!
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