El de Macuspana, Tabasco siempre ha traído en su canosa cabeza, la tropical idea de pasar a la historia como un verdadero prócer de la democracia mexicana. Esta idea se fortaleció cuando asumió el poder el de julio de 2018. Ese día, ante la euforia embriagadora del poder, habló de reconciliación democracia, elogió la pluralidad el profesionalismo «ejemplar» de los medios de comunicación, y agradeció el papel de las «benditas redes sociales. A meses de terminar su mandato, sus feroces ataques contra los medios de comunicación son comunes en sus conferencias mañaneras.
Sin embargo, ese día dijo la siguiente joya: «Confieso que tengo una ambición legítima: quiero pasar a la historia como un buen presidente de México». La idea de figurar entre los próceres de la patria lo ha perseguido obsesivamente, antes después de aquella noche gloriosa para él sus millones de fieles. Lo que el presidente López Obrador no quiere reconocer, es que él ha sido el causante de una polarización en el país, entre ricos y pobres, entre liberales y conservadores, o en palabras de él, entre chairos y fifís.
Andrés Manuel López Obrador, pasará la historia como un presidente derrochador, que destinó más recursos en la construcción de estadios de béisbol, que invertir en medicamentos que salvarían miles de vidas. De manera que su deseo de pasar a la historia como Benito Juárez, Francisco I. Madero o como Lázaro Cárdenas del Río», solo son sueños chaqueteros.
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