Uno podría decir que López Obrador no sabe el daño que le causó a Claudia Sheinbaum, al tirarle a Omar García Harfuch como candidato al gobierno de la Ciudad de México. Pero el caso es que López Obrador sí está consciente de ese daño, pues es un daño infringido a propósito, un daño que le dejará una cicatriz a la Sheinbaum, una cicatriz que habrá de recordarle siempre quién es el que manda y mandará en el país. En adelante, cualquier arreglo o promesa que Claudia Sheinbaum haga, ya sea con empresarios políticos, con su militancia o con los mexicanos, estará supeditada al capricho del presidente López Obrador.
No pudo la Sheinbaum ni siquiera poner a su sucesor en la Ciudad de México. El mismo jefe de Gobierno interino, Martí Batres, no tuvo empacho en traicionarla. ¿Qué autoridad tiene entonces la Sheinbaum? En caso de que llegara a la presidencia de México, un día se va a poner a escoger a su gabinete, pero ninguno de los designados podrá tener nada seguro, pues si el designado no está en el ánimo de López Obrador, quien sigue poseyendo el “bastón de mando”, la designación no prosperará.
La falta de autoridad de Claudia Sheinbaum se vio en la Arena México, ante miles de militantes de Morena que no la dejaron hablar por estar coreando el nombre de Clara Brugada, por estar coreando la palabra “Utopías”; nadie le hizo caso a la candidata Claudia Sheinbaum, nadie la peló, nadie siguió su orden de guardar silencio. Aunque llegase a ganar la elección presidencial, Claudia Sheinbaum ya es una candidata derrotada.
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