Muere el gran Raúl Torres Jiménez, un libro parlante

Torres
Raúl Torres Jiménez FOTO: WEB
- en Opinión
*Con Pepe Miranda Virgen hacían un dúo de nunca parar
*Grandes recuerdos con quien fue llamado Jefe Torres

Carlos jesús Rodríguez Rodríguez / TAL VEZ lo único que le faltó al gran Periodista Raúl Torres Jiménez fue escribir un libro, aunque no era necesario. El Jefe Torres, como le decían sus ex colaboradores en la coordinación de comunicación social del Gobierno del Estado –en los periodos de cinco o seis gobernadores distintos-, era un libro en cada diálogo que iniciaba con sus amigos, una novela comentada sin final, un relato de andanzas y desandanzas, de un amor fallido en su adolescencia y juventud que nunca olvidó, más bien, que jamás superó. Una mujer que quienes lo conocimos llegamos a comparar con Dulcinea del Toboso, aquel personaje ficticio que no se ve en la novela Don Quijote de la Mancha, del inmortal Miguel de Cervantes Saavedra. El amor artificioso de Don Quijote que cree que debe tener una dama, bajo la errónea opinión de que la caballería así lo exige. Raúl Torres Jiménez tenía también a su dama, convirtiéndola en modelo mismo de la perfección femenina. Se llamaba Adriana, y nunca supe a ciencia cierta si en realidad existía, aunque él me juraba siempre que era real, desde que comenzamos a convivir en aquel tradicional café de chinos de la calle Enríquez, atendidos por la inolvidable Belén, mujer adulta menudita que nos consentía cuando sin dinero en esos tiempos, pedíamos una cerveza o dos, pero el comedero no servía bebidas alcohólicas si no es con consumo de alimentos. Por esos días la disyuntiva era: comemos o tomamos, y decidíamos consumir esa bebida relajante, y Belén nos acercaba una canasta de pan para que fingiéramos comer. Al final nos cenábamos una concha o dos con cervezas que la estimada dama nos fiaba y al día siguiente acudíamos a pagar. El encuentro entre Torres Jiménez y un servidor era de tres, cuatro y hasta cinco horas ininterrumpidas. Raúl era inagotable en anécdotas, y las contaba con tal gracia o soltura, que solo había en el medio periodístico alguien que podía hacerle competencia: el profesor José Miranda Virgen, con quien pasábamos largas tardes, noches y hasta madrugadas consumiendo algunos whiskies o rones. Era para un periodista que iniciaba un orgullo tenerlos como amigos, lo mismo que al siempre bien recordado Miguel Molina, nacido en Misantla pero desarrollado periodísticamente en Londres, en la afamada BBC donde llegó a ocupar cargos importantes, y con quien mantenemos cordial amistad hasta el momento, ahora vía telefónica o por las benditas redes sociales.

TORRES JIMENEZ fue llamado por el Ser Supremo a su morada este martes 7 de noviembre. Murió en su querido Córdoba, donde se formó en varios medios de comunicación regionales hasta que llegó a la coordinación de comunicación social del Estado. Recordarlo es traer a la memoria cientos, miles de anécdotas, todas gratas que enaltecen su paso por la tierra. Desde que inició su actividad en el sector oficial nunca quiso abrazar de nuevo el periodismo en medios privados, hasta que, hace cinco años, charlando en torno a un café, le pregunté porque ahora que era jubilado no abrazaba el periodismo crítico, el análisis, la narrativa, ya que siendo un experto seguramente conquistaría un espacio de los muchos vacíos que pocos se atreven a llenar. No lo convencí, pero me dijo que, si lo deseaba, me ayudaba en la redacción. Acepte su propuesta, y por dos o tres años trabajó en el portal www.gobernantes.com , escribiendo notas, análisis del acontecer y supervisando otras. Entendí que el jefe Torres era como era, un refinado escritor que, sin embargo, no podía estar atado a reglamentos. Le reconvine varias veces, se fue, lo llamé de nuevo y regresó dos o tres veces, hasta que finalmente se despidió. Me dijo que seguiría mi consejo de escribir sus vivencias. Ignoro si lo hizo, si dejo pendientes, solo se perdió para todos, hasta para sus amigos cercanos, me dicen que no salía de su casa en Indeco Animas, que no recibía a nadie, hasta ahora que se supo de su muerte repentina.

EL JEFE Torres se había regresa a morir a su tierra, comprendí entonces. Tal vez la alegría más grande que tuvo, además de su hijita y su esposa, fue aquel viaje a España que nunca pudo superar. Alguien le dijo que sus ancestros no tan lejanos provenían de aquel País ibérico, y desde entonces hurgó en enciclopedias buscando el origen. Fue sin duda, un personaje inolvidable, alguien a quien recordaremos siempre, que vivirá en el anecdotario, como aquella vez que junto a Miguel Molina caminaban por la calle Xalapeños Ilustres de la capital del Estado alrededor de la medianoche, y yo salía de la redacción y al verlos emparejé mi auto en el que viajaba acompañado de otro colega, creo que de Francisco Javier Hernández Méndez, y de pronto frenamos y gritamos al unísono: ¡policía judicial! Y ambos personajes casi se desmayan del susto en pleno centro de la ciudad, y tras dos o tres recordatorios terminamos en un bar, de esos que amanecían, doblados de la risa al recordar los rostros asustados de nuestros amigos que fumaban tranquilamente, vaya usted a saber qué cosas. O como cuando, junto al maestro Pepe Miranda Virgen agarramos un sábado al mediodía la farra y el domingo a esa misma hora seguíamos festejando en el campo deportivo de la Unidad Pastoresa, aquel fraccionamiento de Infonavit que fue mi primera casa, y estando tirados en el pasto se nos acercó un grupo de adolescentes preguntándome quienes eran mis acompañantes, y sin más les respondí que tanto Miranda Virgen como Torres Jiménez fueron los únicos periodistas que viajaron en el Apollo ll, en la misión espacial lunar acompañando a los astronautas, y que gracias a ellos se supo de cómo el hombre y caminó en la luna. Para que lo hice: ambos no pararon de relatar e inventar historias que en los días por venir eran motivos de carcajadas.

EN FIN, se fue un grande. Un enorme periodista que enseño a muchos el arte de la redacción, que supo ser amigo y un gran narrador de historias, y seguramente donde vaya seguirá contando anécdotas, cuentos, vivencias salpicadas de humor, y aquí en la tierra lo recordaremos como lo que fue: un personaje que nos hizo la vida más amena en aquellos momentos de bohemia, de fracasos y de triunfos. El Jefe Torres ya debe estar mareando a San Pedro con tanta platica, y hasta creo que podrían hacerlo jefe de prensa del cielo, de ese enorme cosmos donde reina quien todo lo creo, aunque allá encontrará a otros grandes conversadores como Pepe Miranda, Ángel Leodegario Gutiérrez, Yayo, y tanto otros que se nos adelantaron en el camino sin retorno, y con quienes tarde o temprano nos reuniremos si el señor que Gobierna el universo nos lo permite. Hasta Siempre Raúl, dejas una historia para contarse y una amistad que perdurará en el tiempo. OPINA [email protected]

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