No les avisaron

Avisaron
Acapulco tras el paso del huracán Otis FOTO: WEB
- en Opinión

Jorge Flores Martínez / Durante el terrible terremoto de la Ciudad de México en 1985 al gobierno le fue difícil dimensionar la tragedia en un inicio. Nadie pensó que la ciudad estaba devastada, los muertos se acumulaban de tal forma que nadie pudo contabilizarlos, después de todo, muertos ya estaban, la tragedia estaba en los vivos, en los hospitales que se derrumbaron con cientos o miles de pacientes y personal médico; en las escuelas que endebles no resistieron; en los edificios públicos que por corrupción se construyeron deficientemente y en complejos habitaciones que se desplomaron irremediablemente con cientos o miles de personas dentro.

La tragedia era mayor al Estado Mexicano, pero nunca más grande que los mexicanos, que por miles salieron a apoyar, retirar piedra por piedra buscando sobrevivientes, dar de comer a los que perdieron todo, ayudar a los que ya no tenían casa. México después del terremoto de 1985 nunca fue lo mismo. Sabíamos que no contábamos con el gobierno, éramos nosotros a pesar de la incompetencia e incapacidad del gobierno los que debíamos salir adelante.

Dio inicio así, por lo vulnerable de nuestro país, a una conciencia de protección civil. Se realizaron protocolos de respuesta, el ejército estaba listo a ayudar en todo momento. En la tragedia no había intereses políticos ni mezquindades personales. El Presidente se presentaba en el lugar de la tragedia, recorría y acompañaba a los damnificados. No importaba el partido político, no se trataba de nada de eso, sabíamos que México está expuesto, como casi ningún otro país, a todo tipo de desastres naturales como volcanes, terremotos, huracanes, ciclones, tsunamis, corrimientos de tierra, sequías, inundaciones, tormentas, incendios y otros ocasionados por el hombre como derrames de petróleo, explosiones, fugas de combustibles, contaminación y otras.

Somos un país vulnerable a los desastres naturales que ocasionan miles de muertes y enormes pérdidas materiales. No podemos tomar a la ligera esta vulnerabilidad. El riesgo es en cada momento, cada instante. Puede ser un huracán que en minutos cambia de ruta o de magnitud y represente un riesgo terrible para miles o cientos de miles de personas. Puede ser un terremoto que sin la menor advertencia destruye todo en unos pocos segundos. Pude ser una explosión de un ducto de combustible que arrasa con kilómetros cuadrados en una zona poblada.

Un punto que es bien importante no olvidar, los desastres no son naturales. Son tan solo el resultado de omisiones, incompetencia y falta de prevención. Es el hombre el que ocasiona los desastres.

Lo que pasó en Acapulco, fue la suma de muchos factores, el primero, un Huracán que hizo lo que tienen que hacer los huracanes y que difícilmente podemos culpar del desastre. En segundo lugar toda una serie de omisiones, incompetencias y una total y absoluta falta de prevención. La suma de todo esto fue lo que ocasionó que la tragedia fuera tan costosa y representara tanto sufrimiento entre la población.

No importa si el huracán se intensificó. No importa si era inusual y su comportamiento difícil de pronosticar. Lo que importa y nos deben una respuesta clara, profesional y seria, es por qué nadie le avisó a los acapulqueños que se aproximaba un huracán extraordinariamente destructivo. Eso es no tener una pizca de madre. No avisar es la primera y más terrible omisión que cometieron y en mi opinión, está muy cerca de un acto criminal.

Claro, me dirán, nadie podía saberlo. Yo les respondería, sí, claro, nadie podía saberlo, pero muchos si debieron preverlo. Justamente esta es una característica de estos fenómenos, no se trata de saber cuándo sucederán, es imposible, se trata de preverlo y tener todas las acciones de prevención para salvaguardar a la población.

Después vinieron en una serie de absurdos, toda una sucesión de errores terribles, incompetencias, incapacidad de las autoridades, funciones rebasadas y una sociedad desesperada que mienta madres. No les avisaron, no los auxiliaron, no los ayudaron y ni siquiera fueron a verlos.

Los mexicanos nos propusimos que esto no nos volvería a suceder y nos sucedió otra vez. La tragedia nos rebasó, la convertimos en pugnas políticas y colores partidistas. Discutimos quién debe ayudar, cómo debe ayudar y con qué color debe ayudar. No sabemos ni como darle huevos a los damnificados porque se nos rompen en el camino. El presidente no puede llegar digna y eficientemente a la zona de desastre y se convierte en un damnificado más al que hay que rescatar.

Las autoridades federales, estatales y municipales ni por error se paran en la zona de desastre, los acapulqueños están solos y no hay forma de sacar adelante a Acapulco. Reconstruir es muy caro y ellos son muy pobres. No hay Tren Maya ni refinería de Dos Bocas que los ayude. Parece ser que ya se chingaron.

No les avisaron que venía el Huracán.

Y eso alguien lo tiene que pagar.

La negligencia fue criminal.

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