En redes sociales abundan los ociosos que tergiversan las cosas. Algunos de esos están publicando que el día 28 de agosto es el Día del Abuelo, algo que es totalmente incorrecto. Desde el año de 1957, año en que se llevó a cabo el Primer Congreso Panamericano de Gerontología, y a iniciativa del doctor colombiano Guillermo Marroquín Sánchez, se propuso que el 28 de agosto fuera el Día del Adulto Mayor. Decir que el 28 de agosto es el Día del Abuelo limitaría el festejo sólo para aquellos adultos mayores que hubieran tenido hijos, hijos que les hubieran concebido nietos. No todos los adultos mayores son abuelos ni abuelas. Algunos, de hecho, no tienen a nadie ya sea porque los han abandonado, ya sea porque no tuvieron progenie.
Esos adultos mayores son los que más apoyo requieren de las instituciones y de nosotros, los ciudadanos. En la antigüedad el anciano era, de acuerdo con sus consejos, hombre reverenciado, de cabello blanco, recio, hombre de edad, de mucho tiempo, experimentado, que se ha esforzado; el que aconseja a la gente, dueño de la palabra, maestro. En el caso de la mujer anciana ella era la reverenciada, noble anciana, corazón de la casa, rescoldo del hogar, custodia del mismo; la que aconseja y amonesta a la gente, luz, antorcha, espejo, turquesa, dechado. Sin embargo, en este siglo XXI las cosas han cambiado, pero no de manera definitiva.
Con el paso del tiempo la vejez se convirtió en sinónimo de incapacidad mental y física, enfermedad y debilidad. Son muchos los esfuerzos que se han estado llevando a cabo para recuperar la dignidad y relevancia de los adultos mayores en la sociedad; pero no han sido suficientes. Conmemorar cada 28 de agosto al Adulto Mayor nos debería ayudar a reflexionar en que algún día nosotros también seremos adultos mayores y que lo que hoy día estemos haciendo para mejorar las condiciones de nuestros ancianos de ahora, será para provecho de nosotros cuando lleguemos a esa edad.
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