Mis años de escuela

Escuela
Escuela primaria Enrique C. Rébsamen FOTO: JORGE FLORES
- en Opinión

Jorge Flores Martínez / Tuve la oportunidad de niño de asistir a la escuela primaria en los Estados Unidos, un año en una escuela privada y el otro en una escuela pública de un suburbio de clase media en San Antonio, Texas. Nada espectacular, pero definitivamente cambió mi vida.

En la escuela privada era una con el método Montessori. Lo curioso es que parecía que no aprendías nada, leías si querías hacerlo, preguntabas si tenías dudas, salías a caminar si eso querías hacer. En una ocasión me vio la directora viendo un libro de arquitectura y me llevó a donde había otros y me mostró uno de arquitectura victoriana. En otra ocasión me vio en la ventana viendo llover, ya que la lluvia había arruinado el recreo. Me preguntó si quería atrapar gotas de lluvia. Yo le dije que sí, pero no sabía cómo hacerlo. Sacamos un pequeño plato con harina y lo pusimos cerca de la ventana. Al otro día vimos las gotas de agua en un microscopio.

Otro día me vio dibujando un coche y me dijo que si me gustaba dibujar tenía que hacerlo con técnica y me dio un libro para aprender dibujo. Todavía lo recuerdo como si lo pudiera ver. Me puso a leer cuentos y vio que me gustaban mucho los planos y me dio un globo terráqueo para que lo tuviera en mi lugar. No hice tareas, no me enseñaron nada, pero aprendí muchas cosas que aún hoy utilizo.

En la escuela pública no llevábamos nada, la lista de útiles se reducía a un paquete de hojas a rayas y una carpeta de argollas. Todo nos lo daban en la escuela. Nos llevaban a ver obras de teatro a la secundaria que estaba junto, nos explicaban los personajes y nos pedían que los representáramos. Todavía recuerdo que una de las obras era el Mago de Oz.

La explicación de las fracciones fue la mejor, así como la de phi y la relación con la circunferencia de un círculo. Aprender matemáticas era divertido. Recuerdo que un maestro con cara de loco nos daba la clase de ciencias. Era fantástico verlo con sus experimentos maravillosos que los hacía como actos de magia. Éramos niños de 9 y 10 años que se divertían en una clase de ciencias. No me aburrí y me encantaba ir a la escuela. Claro que por ser mexicano me hacían bullyng, en más de una ocasión tuve que rifármela con uno que otro güero atarantado.

Hacíamos deporte, yo era malo de malísimo, pero muchos compañeros ya estaban con todo en el béisbol y en atletismo. Lo mío era dibujar y dibujar, contar historias y ver libros de ciudades. Un día de suerte, en la biblioteca de la escuela me encontré con el mismo libro de dibujo de la otra escuela. Ese día fue especial, fue como reencontrarme con un viejo amigo de siempre.

Tenía amigos, andábamos en bicicleta por horas, hacíamos tareas y coleccionábamos estampas de béisbol y de películas. Me uní al club de ajedrez y nos enseñaban a jugarlo con técnica.

Regresé a México y el regreso a la escuela fue frustrante. No había nada, la maestra nunca estaba en el salón, se la pasaba en reuniones del sindicato. No aprendí nada, fue un año completamente perdido. Lo único que me entusiasmó fue hacer una maqueta de un pozo petrolero el día de la expropiación petrolera. Se acabó la ciencia, se acabaron el dibujo, el ajedrez, la biblioteca, el teatro y la escuela como un lugar para divertirse.

Empecé a tomarle mal gusto a la escuela. No me gustaba, tenía que aprender lo que querían que aprendiera y no lo que yo quería aprender. Fue una basura. Iba porque tenía que ir, pero me caían mal los maestros y lo que enseñaban. Nada que me interesara. Lo bueno es que en casa mi papá siempre puso a disposición cientos de libros, juegos, pelotas y raquetas. La escuela no me hacía falta, en casa aprendía lo que yo quería aprender.

La secundaria fue peor, nunca me gustó. La mayoría de los maestros eran mediocres y sin imaginación, no eran capaces de entusiasmar a jóvenes que se entusiasman con cualquier cosa. La ciencia era aburridísima, las matemáticas una tortura, la geografía horrible y la historia eran dictados interminables de los sumerios y los fenicios. Lo único bueno eran los compañeros.

Lo siento si hiero susceptibilidades, pero la educación en México tiene tiempo que es una basura. Ha sido, es y será una herramienta para adoctrinarnos en la pobreza y la ignorancia. Hacen que niños y niñas se aburran en sus clases y eso es imperdonable.

Ahora será peor, enseñaran ideologías estúpidas y sacaran las pocas matemáticas y ciencias que aún quedaban.

Y otra vez, romantizar la pobreza como algo deseable.

Y si, fui un muy mal estudiante, pero para mí deslinde, ellos fueron peores maestros.

Claro, unos fueron extraordinarios y los recuerdo con mucho cariño.

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