Andrés Manuel López Obrador es un jefe de Estado que se comporta como jefe de campaña. Como viejo zorro mañoso esconde sus pecados ante la autoridad. Al menos eso piensa. El utilizar tiempo oficial y recursos públicos para denostar a medios, periodistas y adversarios viola la ley. Sin embargo, hasta el momento, o hay quien le marque un alto. Sus intentos de manipular a la opinión pública para que simpaticen con su proyecto de nación es una estrategia que veladamente busca inclinar la balanza hacia sus “corcholatas”.
Especialmente hacia a niña de sus ojos, ya que no levanta por más que se le ayuda desde la parte oficial. Lo cierto, es que la intromisión descarada del presidente López Obrador y sus ataques directos o indirectos, mediante sus corifeos, contra la senadora Xóchitl Gálvez (Señora X), sólo enrarecen el ambiente político y, lo que es peor, no abona absolutamente en nada a un ambiente democrático y equitativo.
Aunque, a decir verdad y eso lo sabe muy bien el presidente, esos ataques no sólo dan a conocer cada día más a la Señora X, sino que la colocan como víctima, y esa figura es muy amada por los mexicanos.
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