Sonetos /2

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Hacer un soneto requiere de un gran conocimiento del idioma, de un gran sentido del ritmo, de talento inigualable y de un trabajo de orfebre con las palabras FOTO. WEB
- en Opinión

Sergio González Levet / Hacer un soneto requiere de un gran conocimiento del idioma, de un gran sentido del ritmo, de talento inigualable y de un trabajo de orfebre con las palabras. Este tipo de composición tiene tantas reglas y acotaciones que a un poeta le resulta tan difícil como a un candidato independiente ganar una elección en México. En ambos casos se llega a pensar que las exigencias hacen imposible lograr el éxito.

Pero los candidatos independientes han llegado a ganar y los poetas han hecho pasmosas creaciones.

Para no meterme en la preceptiva, que luego es insondable, pongo a continuación tres sonetos.

El primero es del poeta de Orihuela Miguel Hernández, que nació en 1910 y murió en una cárcel española debido a las condiciones insalubres en que lo tuvieron por órdenes expresas del sátrapa Francisco Franco. Vean de qué tamaño era su dolor:

Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla.

Donde yo no me hallo, no se halla

hombre más apenado que ninguno.

Pena con pena y pena desayuno.

Pena es mi paz y pena mi batalla.

Perro que ni me deja ni se calla,

siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos, penas, me oponen su corona.

Cardos, penas, me azuzan sus leopardos.

Y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona

circundada de penas y de cardos.

¡Cuánto penar para morirse uno!

Y un soneto de José Emilio Pacheco, el poeta mayor de México:

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera

sino esta llave ilesa de agonía,

estas pocas palabras con que el día,

dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera

esa daga final? Acaso mía

será la noche fúnebre y vacía

que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena

de creer y de amar. El tiempo abierto,

semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena

todo lo que me salva o encadena.

Mas si alguien vive yo estaré despierto.

Caray, qué rico es no hablar de los desvaríos del Patriarca ni de la estolidez del dictadorcito local.

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