El profeta Jeremías sentencia: «Maldito quien confía en el hombre, y es que Dios es el único que siempre permanece fiel, que nunca va a fallar». Y es que, para desilusiones en el Senado ahí está Ricardo Monreal, quien se había mostrado congruente y valiente con sus declaraciones. Sin embargo, sólo hizo falta que el presidente López Obrador le guiñara el ojo y que lo invitara a la mesa de las corcholatas en Palacio Nacional para que Monreal se olvidara por completo de su congruencia y valiente postura.
A la basura fue a parar gran parte de su reconocimiento y capital político que había acumulado. Es más, al parecer dobló las manos a la chicanada y albazo que hicieron sus compañeros senadores, aprobando 20 leyes que seguramente gran parte de ellas serán rebotadas en la cancha de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Ni hablar, no cabe duda que confiar en un político, es como pegarse uno mismo, un tiro en el pie.
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