Muere el gran Alberto Espejo, catedrático de la UV; más argentino que el mate, con una inteligencia desbordada, matemático de las palabras

Si los que me leen dicen que me entienden, debo confesar que el mérito no es sólo mío, también del gran Alberto Espejo FOTO: WEB

Si los que me leen dicen que me entienden, debo confesar que el mérito no es sólo mío, también del gran Alberto Espejo. Mi maestro argentino, un gran lingüista que destazaba las oraciones con la pericia de un gran cirujano, y con esa misma pericia, volvía a poner las palabras en el mismo lugar, sin que nos diéramos cuenta de que en ese sitio se había cometido un crimen. Yo hice la licenciatura en Letras a una edad adulta; tenía más de 30 años. A esa edad conocí al maestro Espejo, más argentino que el mate, con una inteligencia desbordada, matemático de las palabras, con un humor contenido que se negaba a salir, pero que brotaba espontaneo cuando ganabas su confianza. Yo, que tuve tan buenos maestros en la Universidad Veracruzana, puedo presumir la deferencia que Alberto Espejo sentía por mí; deferencia reciproca pues de inmediato advertí su calidad humana, su profesionalismo y su sensibilidad.

Este sábado me enteré muy temprano de la muerte de Alberto Espejo, pero algo me distrajo. Me sucedió lo de Sabines, quien al enterarse de la muerte de su tía Chofi, “esa tarde me fui al cine e hice el amor”. Pero ya cerca de la noche leo a Raúl Hernández Viveros, hermano del argentino, compadre que bautizó a su hijo con el mismo nombre, “Alberto”. Dice mi querido Raúl: “No acabo de aceptar la noticia del fallecimiento de Alberto Espejo. De golpe el torbellino de las décadas recorre mi corriente sanguínea hasta atravesar mi corazón (…) Miro hacia atrás. Lo considero un amigo tan próximo, que hace medio siglo tuve la confianza pedirle llevara a bautizar a mi hijo Alberto. Al presentarlo ante la pila de agua bendita, le entregó una medalla de oro redonda con figura de un angelito”.

A Alberto Espejo, después de la universidad lo vi poco, me reuní con el y con mi amigo Marcos en pocas ocasiones, a veces para tomar una botella de vino, a veces para corregir algunos de mis cuentos; pero debo confesar con resignación que fueron pocas veces. Ahora que ha muerto me pregunto, ¿por qué me duele tanto? Quizá me duele porque siempre tuve la certeza de que el maestro argentino siempre tuvo un gesto amable conmigo, a pesar de la distancia nunca nos dejamos de querer. Descansa en paz querido Alberto.

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