Estaba muy tranquilo en arresto domiciliario el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya. Los fines de semana se daba sus escapadas para comer pato pequinés laqueado en el restaurante Hunan, una exquisitez dicen los snobs. Emilio Lozoya pensó que, dando nombres de cómplices de fraude, sobornos y lavado de dinero, la Fiscalía General de la República haría un trato con él y sumando unos cuantos pesos para la reparación del daño, entonces saldría libre para seguir gozando de la vida.
Pero un día lo descubrieron dándose la buena vida en el Hunan, gastando el dinero de los sobornos que le entregó Odebrecht y el gobierno de López Obrador decidió hacer de él un personaje emblemático, un chivo expiatorio para cargarle todas las pulgas, como al perro más flaco.
Ahora, Emilio Lozoya, entrevistado por El Universal se queja de que no le acepten su arreglo reparatorio. Se convirtió en un soplón, acusando a personajes incómodos para la Cuarta Transformación, está dispuesto a entregar algunos de sus bienes, y ni así lo dejan libre.
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