«Nosotros no aceptamos toda la farsa que ha significado la destitución del presidente Pedro Castillo. (…) Se pisoteó la democracia y se cometió una gran injusticia al destituirlo y encarcelarlo, y luego establecer de facto a un gobierno autoritario y represor», dijo el presidente que no se inmiscuye en los asuntos de otros países, que respeta a los gobiernos vecinos. López Obrador ha metido las narices en Bolivia, Ecuador, Chile, Argentina, Cuba y hasta en los Estados Unidos. Seguramente pasará a la historia como el presidente más injerencista de la historia de México.
No obstante, ante los dichos de congresistas de los Estados Unidos, quienes han dicho que el Plan B de AMLO contra el INE es un atentado a la democracia, entonces el “demócrata” presidente de México declaró: «Aprovecho para contestarle al Departamento de Estado del Gobierno de Estados Unidos que, como es la mala costumbre, siempre se inmiscuyen en asuntos que no le corresponden, muy contrario al presidente (Joe) Biden, que siempre habla de igualdad».
La incongruencia de López Obrador ha alcanzado niveles olímpicos. Y él se da cuenta de eso, pero ya ni le importa. Sabe que su lugar en la historia no será junto a Juárez, Madero o Cárdenas, pero ya no le importa.
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