Históricamente, México ha sido un país de caudillos de símbolos de poder; sus gobernantes se convierten en tótems sagrados tan pronto reciben la banda presidencial. Son los tlatoanis escogidos por la voluntad del pueblo, ahí radica su principal poderío. Sin embargo, existen otros personajes que, sin ser presidentes, cuentan con una estatura política sobresaliente. Tal es el caso del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, quien a pesar de sus errores y de una definición no muy precisa ante el actual gobierno, cuenta con una estatura moral reconocida por leales y contrarios.
Lo cierto es que para que Andrés Manuel López Obrador alcanzara la presidencia de la República, tuvo que subirse a los hombros del hijo del general Lázaro Cárdenas, considerado por muchos como uno de los mejores presidentes que ha tenido México.
El amago que hiciera López Obrador en días pasados contra el ingeniero Cárdenas, considerándolo como adversario político, no fue bien recibido por la sociedad mexicana, sobre todo por la más informada, quien vio en el presidente a un individuo mezquino y malagradecido. Ojalá y que el ingeniero Cárdenas reconsidere su postura reculatoría y sirva como un contrapeso político contra el protagonismo egocéntrico y arbitrario del que alguna vez fue pupilo de su establo político.
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