De manera muy sutil pero firme, la Sedena, al igual que la fábula del camello que sólo quería meter su trompa, pero que al final termina apropiándose de la tienda del árabe, ha extendido su influencia en el gobierno de la 4T. Según los mismos jorocones del Ejército mexicano, aseguran que no son el poder tras el trono ni la mano que mece la cuna en el gobierno del presidente López Obrador. Sin embargo, son la institución que tiene el mayor presupuesto y que, con la bendición del presidente, ahora administran negocios propios (que se pagaron con el dinero de todos los mexicanos) como aeropuertos, trenes y, próximamente, una aerolínea.
Este apapacho presidencial ha logrado que los altos mandos de la Sedena subestimen los requerimientos que le ha hecho el poder Legislativo para dar explicaciones por el hackeo del que fueron víctimas por el grupo Guacamaya.
Dese luego que gran parte de la culpa de este menosprecio hacia el poder Legislativo lo tiene el propio presidente, ya que la supeditación del Ejecutivo federal hacia las fuerzas armadas es evidente. De modo que aunque el ejército niega que sea el poder tras el trono, se comporta como si así fuera.
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