La madrugada de este sábado se aprobó la iniciativa del presidente López Obrador de pasar el control de la Guardia Nacional en manos del Ejército. En el contexto de las revelaciones que hiciera Alejandro Encinas sobre la colusión del Ejército en la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa, no parece buena idea poner en manos de un Ejército criminal y opaco, el control de una policía militarizada que rondará las calles de México. El Ejército no se ha librado de la corrupción, pues muchos son los casos en los que militares han participado en la protección de grupos criminales.
Es por ello que la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos ha dejado de confiar en el Ejército para brindar información sobre el paradero de algunos capos, digamos Caro Quintero. La aprehensión de Salvador Cienfuegos por parte de autoridades norteamericanas y su liberación por gestiones del gobierno de México también causan desconfianza. En México no se entiende el crecimiento del tráfico de drogas en nuestro país sin la colaboración de las instituciones federales y del Ejército.
Pero eso es lo de menos. En adelante, la Guardia Nacional, con soldados entre sus filas, gozarán de esa impunidad y encubrimiento de que ha gozado la institución castrense; podrán actuar a discreción, sin miedo a ser sancionados. Con el Ejército en las calles se esperan más crímenes de estado, más encubrimiento, más Ayotzinapas.
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