Dice Heráclito que nadie baja a bañarse dos veces al mismo río, porque o el río ya no es el mismo, o la persona ya no es la misma. Así también resulta con los hijos. Los muchachitos nobles de 15 o 16 años no pueden seguir siendo los mismos a los 30 o 40 años; el tiempo, las alegrías, las tristezas, las frustraciones, las ambiciones los trabajan. Pobre del presidente López Obrador, que se exhibe en la mañanera llorando por sus hijos, pretendiendo manipular a sus seguidores, queriendo hacer creer que los muchachos que estuvieron con él al inicio de su lucha, siguen siendo los mismos a los 40 años.
Dijo el presidente a punto de romper en llanto: «Yo les pido que se sigan portando bien como lo están haciendo y agradezco al creador de que no pintan para ser como el hijo de José María Morelos, del cura Morelos, que tuvo un hijo, Juan Nepomuceno Almonte, que se volvió traidor y se pasó al bando de los conservadores, eso es todo». Señor presidente, ya supérelo, igual sus hijos no terminaron siendo traidores como Juan Nepomuceno, pero sí ambiciosos como los hijos de cualquier presidente de México; ejemplos sobran.
Da lástima un padre que no sólo no quiera ver los defectos de su hijo, sino que además los solape y haga de su alcahuetería un espectáculo a nivel nacional. No nos convencen sus lágrimas señor presidente; ya basta de este numerito, sigamos adelante. Deje de atacar a la prensa que ha mostrado a los mexicanos que usted es como cualquier ser humano, con defectos y debilidades.
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