Cuando nos enteramos que el empresario Alfonso Romo habría de acompañar al presidente López Obrador como jefe de la Oficina de la Presidencia, muchos pensaron que una voz sensata y moderada habría de estar atrás de las decisiones del presidente de México. Pero Alfonso Romo se hartó de que el presidente no lo escuchara y finalmente dimitió. El presidente, está claro, no escucha a nadie, nadie puede detenerlo.
En esta última embestida contra Carlos Loret de Mola, en la que se le hizo buena idea exhibir el supuesto sueldo que ganaba el periodista que exhibiera la corrupción de su familia, nadie se atrevió a decirle que estaba cometiendo un delito y que esa acción se le habría de revertir; ¡y como fue! La condena contra el presidente de México ha sido casi unánime, sólo un grupo de descerebrados, nada desdeñable, por cierto, justifica la actitud gansteril del presidente López Obrador.
En Twitter de inmediato se posicionó el hashtag #TodosSomosLoret. Periodistas de verdad, no los “LordMoleculas” que le lamen las suelas al presidente, rechazan la acción presidencial, pues está utilizando su poder, los recursos del estado, para dañar a un ciudadano. Y lo peor de todo, con datos falsos. El presidente, ante su obstinación, se acaba de hacer el harakiri, por lo que, en las mañaneras, seguirá desangrándose.
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