Vivimos tiempos inéditos, vivimos una normalidad diferente, algo que sólo veíamos en las películas de terror con pandemias apocalípticas y devastadoras. Pero eso no nos debe quitar la fe en la humanidad. Saldremos adelante y en un futuro hablaremos con nuestros hijos, con nuestros nietos, sobre el tema. Les platicaremos las lecciones que aprendimos, las cosas que en nosotros cambiaron.
El deseo de toda persona de bien es que quienes menos sufran en esta pandemia sean los niños, algunos de los cuales, en su vida de raciocinio, sólo han visto en las calles rostros cubiertos con mascarillas; aquellos a quienes se les ha negado la libertad de divertirse, de ser niños a cabalidad. Ellos, nuestros niños, deben imaginar que el mundo siempre ha sido así; un planeta con personas que sólo muestran la mitad de su rostro; un planeta de personas que no se abrazan, que no se besan, que no se visitan.