En su místico discurso dividió a la sociedad mexicana en dos bloques con tintes históricos, los que comulgaban con sus ideas y alababan el discurso de la Cuarta Transformación, los etiquetó con los liberales, no obstante, a los que no estaban de acuerdo con la nueva ideología y modo de gobernar, los identificó como la estirpe de Maximiliano de Habsburgo, en otras palabras: conservadores. Como un Gran Leviatán, borró de un plumazo el Aeropuerto de Texcoco, un proyecto de primer mundo y mejor le apostó a un aeropuerto improvisado.
Pero eso sólo fue el principio, en lugar de privilegiar energías limpias, prefirió inyectar recursos millonarios a una refinería en Dos Bocas. También determinó la creación de nuevas rutas en el sur del país para impulsar un tren Maya, supuestamente para unir pueblos e impulsar el turismo, en una zona que históricamente ha sido visitado por miles de turistas, a pesar de no contar con un Tren Maya. Es cierto que el padre de la Cuarta Transformación ya tiene un lugar en la historia de México, sin embargo, está muy lejos de que su nombre sea escrito con letras doradas en la memoria de todos los mexicanos.