La metamorfosis de un Pejelagarto a un gran Leviatán

Pejelagarto
Andrés Manuel López Obrador FOTO: WEB

Atrás quedó el político al que le llamaban Pejelagarto, considerado como un gran líder de América Latina. El mismo que luchó durante un poco más de 18 años contra un sistema imperialista que había dilapidado los recursos de los mexicanos. Muchos le admiramos su terquedad y tu tesón por dar la cara por los más desprotegidos. Sin embargo, tan pronto fue ungido y le fue entregado el cetro del gran Tlatoani, dejó entrever su nuevo rostro. De entrada, instituyó un ritual que incluía hablar todos los días con su pueblo, mediante conferencias mañaneras. Para ello se rodeó de una fauna surrealista llena de patiños, bufones y lambiscones pseudoperiodistas, desde luego que el fin era no incomodarlo con preguntas perturbadoras.

En su místico discurso dividió a la sociedad mexicana en dos bloques con tintes históricos, los que comulgaban con sus ideas y alababan el discurso de la Cuarta Transformación, los etiquetó con los liberales, no obstante, a los que no estaban de acuerdo con la nueva ideología y modo de gobernar, los identificó como la estirpe de Maximiliano de Habsburgo, en otras palabras: conservadores. Como un Gran Leviatán, borró de un plumazo el Aeropuerto de Texcoco, un proyecto de primer mundo y mejor le apostó a un aeropuerto improvisado.

Pero eso sólo fue el principio, en lugar de privilegiar energías limpias, prefirió inyectar recursos millonarios a una refinería en Dos Bocas. También determinó la creación de nuevas rutas en el sur del país para impulsar un tren Maya, supuestamente para unir pueblos e impulsar el turismo, en una zona que históricamente ha sido visitado por miles de turistas, a pesar de no contar con un Tren Maya. Es cierto que el padre de la Cuarta Transformación ya tiene un lugar en la historia de México, sin embargo, está muy lejos de que su nombre sea escrito con letras doradas en la memoria de todos los mexicanos.

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