«La moral es un árbol que da moras», esa frase merece ser enmarcada ya que refleja la esencia de la política mexicana. Esta oración se la debemos al cacique potosino Gonzalo N. Santos, personaje emblemático del cinismo y la corrupción de la clase política que se entronizó en el poder antes de que hiciera su aparición la Cuarta Transformación de AMLO. Para los que han pasado por la prepa no olvidan que la moral es un conjunto de normas, costumbres y valoraciones que forman parte de la tradición histórica y cultural de una sociedad. Sirve para distinguir el bien y el mal, es decir, las buenas acciones de las malas acciones.
Y es que en la mayoría de los partidos políticos se cuentan con personajes impresentables que no respetan leyes, normas, costumbres y están muy lejos de los valores tradicionales que inculca la familia o la religión. Por ejemplo, en RSP cuentan con Alfredo Adame, un personaje mitómano que lo mismo le mienta la madre a los que no comulgan con su candidatura o se agarra a madrazos con cualquiera.
En Morena hay para echar pa’ arriba: en Zacatecas tienen a David Monreal a quien le gusta andar agarrando las nalgas a sus correligionarias, eso sin contar con el Toro Macedonio quien tiene cuatro acusaciones de violación y aún así quiere gobernar el estado de Guerrero. Pero el que vino a poner la cereza del pastel fue el poblano Benjamín Saúl Huerta, el exlegislador morenista que es acusado de violar a menores de edad. Desde luego que, si le seguimos escarbando, nos toparemos con estos garbanzos de libra en otros partidos políticos.
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