Hay cosas más importantes que atender, que tratar de borrar la memoria de nuestro divertimento. Hay una conducta machista que sigue arraigada en nuestra sociedad, una actitud de víctimas que muchas mujeres utilizan como instrumento de venganza y una irresponsabilidad juvenil que sigue enfermando a las nuevas generaciones. Quizá, ante la impotencia de elaborar propuestas para erradicar esos males de nuestra sociedad, es que muchos ociosos se ponen a ver la paja en el ojo ajeno.
Ahora resulta que el zorrillo francés que tanto nos divertía, y que ponía en aprietos a las gatitas que confundía con zorrillitas, debe desaparecer. La excusa, pues que Pepe Le Pew es un acosador. ¡No mamen! Y luego salen con que Speedy González también debe desaparecer, pues es una versión racista del mexicano; pero si el ratoncito siempre le daba en la madre al gato gringo.
Al rato van a querer quemar en leña a Bugs Bunny, quien para salir de las trampas en que lo metía Sam Bigotes, a veces se travestía de campirana y sus buenos besotes le pegaba a Sam y a Elmer Gruñón. Déjense de ociosidades, dejen en paz la diversión que nos hizo felices en la infancia. Pónganse a ver los problemas reales y dejen de estigmatizar las caricaturas.
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