Palabras cortadas

Palabras cortadas
Palabras cortadas FOTO: WEB
- en Opinión

Ing. Fernando Padilla Farfán / Cierto es que la juventud no está marcada únicamente por la edad. Joven es aquel que tiene sus sentimientos en flor y que se conmueve ante las injusticias que hay en cualquier lugar del mundo. En estos tiempos de milagros científicos, de cerebros electrónicos y de sorprendentes avances en la inteligencia artificial, resulta paradójico que la comunicación entre los seres humanos, particularmente entre los adultos y los jóvenes, esté muy dañada. Los adultos no entienden qué pasa con los adolescentes y éstos no entienden la conducta de los adultos. El joven critica que el adulto maneje un doble discurso: dice una cosa y hace otra. 

Los jóvenes sienten que el mundo que les heredan los adultos se encuentra en medio de un panorama desolador y con pocas expectativas de grandeza. No entienden muchas cosas del mundo de los adultos. Perciben que los mayores se aferran a objetos de poco valor espiritual. Y que viven entretenidos en cosas palpables que nada aportan al mundo que tratan de conquistar. 

Cuando estudian y analizan la historia razonan que no es buen ejemplo para su joven generación, porque mucho de ella narra hechos de combates, batallas y guerras. Y lamentan que en este sentido la historia se reproduzca a sí misma, porque ahora como en ese entonces, también hay luchas, batallas y conflictos. 

El problema es grave y está llegando al extremo. Los adultos y los jóvenes no se comunican porque ya no se entienden, hablan lenguas diferentes. Al interior de las familias la comunicación es electrónica, y hacia afuera hablan con gente que ni siquiera conocen ni tampoco saben de sus intenciones. Esto es lo que provoca el vacío de comunicación que la mayoría de las familias padece. 

Juan José Arreola, uno de los más reconocidos literatos mexicanos, en sus escritos afirma que “Un niño puede llegar a ser joven y viejo, y puede irse de este mundo sin saber lo que es un subjuntivo”. Reconoce que las Universidades se crearon para hacer un nuevo tipo de hombre o mujer, para creer en él. Y que el egresado de la universidad ostentara uno de los deberes más altos que existen: difundir en torno suyo no solamente los conocimientos que adquirió, sino los valores humanos que en él se han desarrollado a partir de su propósito inicial de adopción a la comunidad del saber. Opina que si la comunicación es uno de los problemas más graves que afronta la actualidad del género humano, el universitario debe ser comunicativo por excelencia. “Porque en la hora que más abundan los medios de difusión el hombre está solo, paradójicamente incomunicado”. 

Estos razonamientos llanamente nos están diciendo que de poco sirven los cinematógrafos, emisoras de radio y televisión, periódicos, revistas, y lo que se considera como el fenómeno de la comunicación: el Internet; si no hay diálogo auténtico entre hombres y mujeres y entre adultos y jóvenes; si no hay una educación de calidad. 

Cotidianamente observamos cómo los valores de la comunicación se extinguen. La gente en las calles no se saluda, pasan junto y ni siquiera se ven a la cara. Parece que 

estamos abandonados unos a otros. Pero esto para nada quiere decir que así nos sintamos bien. No. Tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos pero no lo hacemos, como si alguna fuerza extraña lo impidiera. 

A este peculiar fenómeno se agrega otra deficiencia de la actualidad: la mayoría de la gente no sabe escribir, no sabe cómo expresar sus ideas o pensamientos de manera escrita, porque no lo está aprendiendo en la escuela. Esto se agrava porque la cibernética está creando un lenguaje gramatical de palabras cortadas. 

Parece irreal, pero el panorama de la incomunicación nos está llevando a un mundo de soledad donde se está olvidando el amor y la fe. El problema es que sin una comunicación real y verdadera la familia reblandece sus lazos, las parejas se separan y los hijos se alejan. 

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