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Hombres
Trapear la casa, una labor sólo para hombres de verdad FOTO: WEB
- en Opinión

Sergio González Levet / La escoba se debe tomar con los brazos extendidos en un ángulo de 90 grados en relación con la vertical del cuerpo. La mano izquierda 7.5 centímetros arriba de la imaginaria y la derecha 7,5 centímetros abajo. La empuñadura tiene que ser firme, aunque no es conveniente apretar de más las manos, porque eso produce un cansancio innecesario.

Ya con la escoba en ristre, hay que atacar con firmeza el suelo empezando desde el rincón más alejado y trayendo el polvo y la basura hasta recogerlos en la puerta de la habitación.

Una vez que se ha barrido toda la casa, es conveniente un descanso de cinco minutos, no más. El siguiente paso es trapear. Puede hacerse con tres adminículos diferentes: a) jerga y cepillo, b) felpudo, c) felpudo con exprimidor. Es obvio que el más recomendable para personas que no tienen la experiencia, es el acápite c), porque se evita tener que estarse agachando a recoger la jerga o el felpudo para exprimirlos a mano, que es un trabajo digno de un Hércules.

Para trapear, hay que llenar una cubeta con agua a tres cuartos de su capacidad y verter en ella un buen chorro de líquido limpia-pisos. Si nos decidimos por el felpudo “automático”, el nivel del líquido debe estar más abajo del sistema de exprimido, para evitar que el agua se desparrame.

En la primera instancia, se moja el felpudo, se exprime un poco, de manera que quede lo suficientemente húmedo para mojar el piso. Y se repite el mismo procedimiento que con la escoba: del rincón más profundo hasta la puerta, siempre caminando hacia atrás (lo puede hacer con toda confianza, porque las mujeres no tienen la costumbre de mirar lúbricamente el trasero de los señores ni de pellizcarlo si se acercan demasiado).

Después de ese primer trapazo, viene el segundo, en el cual es necesario exprimir con mayor rigor, a fin de secar el piso mojado.

Una vez que se concluyó el trapeado, hay que esperar de 10 a 15 minutos para que seque completamente el mosaico, lo que se puede aprovechar para recuperar el aliento, terminar de sudar copiosamente y vencer la temblorina de brazos y piernas ante este ejercicio descomunal, propio solamente para la fuerza de las mujeres que, como todos estaremos de acuerdo en ese momento, es mucho mayor que la del hombre.

(Cierta vez me fracturé una falange de la mano al tratar de colocar un garrafón de agua. Fui a ver a mi traumatólogo de confianza, de apellido Amador -yo le decía doctor “Armador”- y después de preguntarme qué me había pasado y de diagnosticar la fractura, me reprendió amigablemente: “Amigo, esos trabajos pesados de la casa debe dejárselos a su esposa. Las mujeres están constituidas de una especie de acero que les permite realizar hazañas domésticas con las que los hombres simplemente no pueden”. ¡Cuánta razón tenía!).

Si usted logró completar la barrida y trapeada de su casa, ¡albricias! Lo que le queda es tratar de reponer las fuerzas durante el resto del día (si no lo ponen a lavar trastes, o la ropa, o a planchar, o a hacer la comida).

Una cosa final: ahora entenderá por qué su mujer se enoja tanto cuando usted y los otros miembros de la familia ensucian la casa.

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