Eso eran los 400 pueblos, fabricantes de heces. Recuerdo que la impresión de esa tarde me empujó a escribir un artículo titulado “El plantón de los olores”, una crónica escatológica de unos sujetos que habían encontrado la manera más vil y baja para manifestarse. César del Ángel y los 400 pueblos alquilaron ese espectáculo escatológico y denigrante para lanzarlo como un insulto, una bofetada, a los enemigos políticos de un gobierno. César del Ángel explotó gente, fue un tratante de mujeres, niñas, niños y ancianos y nadie lo sancionó por ello.
No hubo DIF ni Instituto de la Mujer ni Instituto de la Senectud que le reclamara por el trato que daba a esos, nuestros semejantes. Antes bien, lo único que recibió ese sujeto vil fue dinero, dinero para hacerse más rico y comprar diputaciones para su hijo, familiares y amigos. Hoy ha muerto César del Ángel, púdrase la lengua del que diga que este sujeto fue un gran hombre, del que diga que este sujeto fue digno.