Por supuesto acusaba Cuitláhuac García a los gobernadores que se agrupaban para hacer un frente común ante las decisiones del presidente de México, decisiones con las que no están de acuerdo. Cuitláhuac pensó que AMLO le iba a poner una estrellita en la frente; pensó que esa noche López Obrador acudiría a su recámara para darle el beso de las buenas noches a su hijo discapacitado consentido. Pero no, antes bien López Obrador lo contradijo.
El presidente, muy consciente de lo que su estulto pupilo estaba a punto de encender, prefirió apagar el fuego, aunque eso significase poner en evidencia la estulticia de Cuitláhuac García: «Yo no diría que es un agrupamiento golpista, ni siquiera diría -con todo respeto a lo que expresó el gobernador de Veracruz-, porque no están planteando desprenderse de la República Mexicana; consideró que todos tienen derecho a manifestarse, además de que se tiene que respetar el derecho a disentir, por lo cual nadie se debe incomodar ni tener la piel así muy delgadita como para no resistir hasta insultos». ¿Así o más pobre el diablo?