Si Fidel Herrera se hubiera portado con honorabilidad, le esperaría, como dice el Quijote, una «felicidad indecible (…) vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y, en los últimos pasos de la vida, te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos». Pero tal es el caso que no, y ahora a este político corrupto, que nos vendió a los Zetas, que robó dinero como para vivir 100 vidas, pero que no puede con ello comprar ni un cabo de vida más de la que tendrá, ha sido alcanzado por las secuelas de sus malas acciones, de sus excesos.
Fidel debe vivir para darse cuenta todos los días de la oportunidad que dejó pasar; quedar en la historia como un gobernante querido, viviendo «en paz y beneplácito de las gentes». Pero ahora sólo le queda cosechar el repudio de un pueblo, y el agradecimiento de sus iguales.