Pocos, muy pocos quedaron satisfechos con el discurso del presidente López Obrador. De hecho, no hay un sólo analista o intelectual, que respete su trabajo, que le brinde al menos el beneficio de la duda al presidente de México. El día de ayer no se anunció un plan de emergencia para combatir los estragos de la pandemia del coronavirus en México. Millones de empleos se perderán, pero el presidente anuncia dos millones de empleos, ¿cómo? Él tiene sus propios datos. Informó además millones de pesos en microcréditos, pero sólo para su clientela política, esa clase fiel que se suma a la clase de becarios en las escuelas, a los Jóvenes Construyendo el Futuro o a los adultos mayores.
Pero a la clase media, nada, a los grandes empresarios algún incentivo fiscal, nada. Es como lo señala Salvador García Soto en su columna de El Universal: «Es López Obrador salvando sólo a sus más fieles, mientras al resto de los mexicanos, que son mayoría, les grita desde arriba, en un arca por cierto construida con el dinero de todos: ‘Sálvense solos y háganle como puedan’».
El presidente perdió una gran oportunidad, la oportunidad de hacer a un lado sus rencores, de domesticar su ego y dar un giro sustancial a su discurso. Se equivocó cuando minimizó los estragos del coronavirus (hay que seguirse abrazando, no pasa nada; sigan llevando a la familia a los restaurantes, no pasa nada), y ahora se sigue equivocando, minimizándose él como presidente.
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