Francisco Vargas / Lejos de toda burla o sarcasmo, es preocupante el comportamiento y actitud del Presidente López Obrador respecto a temas tan graves y delicados como lo son la inseguridad, la salud o la censura periodística, imaginado un país de maravilla que sólo existe en su mente con otros datos. Las respuestas del primer mandatario recaen en lo ridículo, negándose a aceptar la realidad y siendo indiferente con resultados que están destruyendo al país, mientras él sigue empeñado en su homilía mañanera de lunes a viernes para vociferar a los medios nacionales e internacionales que México va por buen camino (a pesar del estancamiento económico), que el pueblo está feliz (a pesar de la peor crisis de inseguridad del siglo) y que la corrupción ha terminado (comprobado por Bartlett y Gómez Urrutia), lo que demuestra que el cinismo presidencial va en aumento y que a este sujeto cada vez se le hace más fácil mentir y engañar, a pesar de que se le demuestre que está equivocado.
Su alarmante obsesión ideológica ha hecho que proponga absurdas iniciativas como la de rifar el avión presidencial o eliminar los puentes de descanso, convirtiendo las conferencias mañaneras en un show cómico que reduce todo a un simple espectáculo vulgar y corriente acompañado del ya conocido pausado y aburrido vocabulario del Presidente. Cada vez son más los ciudadanos (incluso sus propios simpatizantes) que empiezan a notar en él un grave deterioro físico y mental, pues es que del 2018 a la fecha, pareciera que en lugar de haberle caído bien su sueño de llegar a la Presidencia, se nota todo lo contrario, ya que cada día se le ve más cansado, agotado y absorbido por sus labores.
Cabe destacar que López Obrador ascendió al poder en su peor faceta individual, tomando en cuenta que llevaba 12 años peleando por el cargo que actualmente ostenta y que de haberlo logrado en su primera oportunidad (hace 14 años) en 2006, hubiese llegado con 53 años, es decir, mucho más joven, fresco y con una mayor agilidad mental y verbal, considerando también que en aquel entonces aun militaba en el PRD y no tenía de aliados a infinidad de priistas y panistas como hoy en día.
La versión del López Obrador del 2020 es, sin duda, la más deteriorada desde el punto de vista personal, destacando que a sus 66 años de edad, hoy por hoy el Presidente de México aparenta por lo menos 10 años más, no sólo por su desgastada imagen física, sino también por su tardía replica verbal, la cual causa que sus frases y discursos sean aburridos y obsoletos, así como también al compararlo con su homólogo de EUA, Donald Trump de 73 años, es decir 7 años mayor, que cuenta con un aspecto físico y claridad
mental muchísimo más brillantes y conservadas que la de nuestro Presidente, o incluso con la de su propio correligionario, el destacado abogado y luchador social Porfirio Muñoz Ledo, de 86 años, que fácilmente podría ser padre del señalado, y el cual aún cuenta con una asombrosa y extraordinaria agilidad mental y verbal.
Es aterrador saber que el futuro del país está en las manos de un sujeto que claramente no cuenta con estabilidad psicológica y que puede estar atravesando una grave crisis de salud, ya que su físico en general y hasta su forma de expresarse o dirigirse demuestran que su cerebro no reacciona de manera eficiente para analizar los problemas del país, o peor aún, para poder tomar las decisiones de las cuales dependen la vida de más de 125 millones de personas.
El Presidente de México debe someterse lo antes posible a un riguroso examen psicológico, así como a una revisión médica en general para poder comprobar que está en óptimas condiciones para continuar dirigiendo el país, ya que de no ser así, por responsabilidad política y amor a la nación debe dejar su puesto inmediatamente.
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