Algo de perverso hay en Andrés Manuel López Obrador, un gesto sucio que desdora la imagen de estadista que, para muchos, guarda. En un principio, sin mediar investigación, López Obrador sentenció que Manuel Bartlett, a pesar de las muchas pruebas en su contra, era inocente de lo que se le acusaba; los indecentes son los que lo investigan, señaló. Después ordenó a una de sus empleadas, Irma Eréndira Sandoval, titular de la Secretaría de la Función Pública, que iniciara una investigación. El resultado ya se esperaba. Bartlett fue exonerado, lo mismo que Peña Nieto, por una empleada del presidente.
Ante ello no debería quedar duda de su inocencia; pero sucedió lo contrario, ahora una gran mayoría cree que Bartlett sí escondió bienes patrimoniales, o que a propósito los puso a nombre de sus hijos para que a él no se los detectaran. Pero López Obrador, quien cree tener la verdad absoluta, sigue echando en cara a sus críticos la supuesta inocencia de Bartlett.
Por ello la foto que se tomó con él y con la secretaria de Energía Rocío Nahle en Santiaguillo de Palmillas almorzando barbacoa. La foto le cayó como jugo de limón en los ojos a los opositores de López Obrador, quienes se le fueron con todo y lo calificaron de incongruente, pues siendo candidato era todo un adalid en el combate a la corrupción y ahora almuerza con los corruptos. El mismo caso es lo que hace con Cuitláhuac García cuando trata de levantar la imagen y lo único que consigue es embarrase de los lodos del Cuic.
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