Vivimos en un México polarizado, por un lado se encuentran aquellos que se sienten con el derecho de ofender y etiquetar a los que consideran enemigos de la Cuarta Transformación, que impulsa el sumo sacerdote que los sacó de la miseria y les dio un propósito para vivir. En el otro polo se encuentran aquellos que durante muchos años vivieron de la ubre gubernamental y que, después del primero de julio del 2018, han quedado en la orfandad. Los que supieron invertir seguramente vivirán de sus rentas, los que no, pues en estos momentos se encuentran pariendo cuates.
Unos son llamados chairos, sus contras son identificados como prianistas, entre estos dos grupos han saturado las redes sociales de insultos y rencores desde la untada de Vitacilina para los prianistas, hasta la ignorancia y analfabetismo de los chairos. Sin embargo, muy pocos han reparado en el grupo que se encuentra entre estos dos grupos antagónicos.
Un grupo de ciudadanos, que también votó por el cambio y que su impulso fue el genuino espíritu democrático, un grupo que buscó un cambio de régimen, mediante un voto mesurado y pensado. Un grupo que se identifica por la política inclusiva de AMLO, pero que no raya en la divinización del sumo sacerdote de la santísima Cuarta Transformación.
La violencia generada por un grupo de mujeres y de sujetos encapuchados, es una muestra de esa polarización; esos actos contra los reporteros y medios de comunicación no se pueden, ni deben, justificar por mucha razón que tengan las mujeres en su protesta; esos hechos son vergonzosos y se deben sancionar. Los mexicanos le apostamos a la a paz y no a la violencia que genera la polarización.
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