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Jorge Flores Martínez / Tenemos como mexicanos una enorme deuda con nuestra historia, de los 500 años de lo que de alguna forma podemos comprender como México, decidimos olvidar y apagar la luz de 300 años que corresponden a la Nueva España.

La conquista la seguimos viendo como perdedores, no nos asumimos, porque así nos enseñaron, que nosotros la ganamos. Ganamos un país increíble de costa a costa y de frontera a frontera. Una cultura impresionante en todo: arquitectura, gastronomía, pintura, literatura y lo que quieran. Un mestizaje que es nuestra herencia genética que nos hace la primera sociedad verdaderamente global en la historia del mundo.

Nos enseñaron a ser víctimas de nuestra historia, que cómodamente asumiéramos que no podemos cambiar nuestra derrota eterna. Ya perdimos y no hay nada más que hacer mas que seguir perdiendo.

Eso no es cierto, nunca lo fue, ganamos y no nos lo quisieron decir. No les conviene que seamos conscientes que somos ganadores y herederos de uno de los mayores legados de la historia de la humanidad.

El período Novohispano era una sociedad distinta a la actual, pero con grandes semejanzas que no la hacen tan ajena e incomprensible. La podemos aun entender en muchos de sus rasgos y comportamientos, es más, creo que mucho de lo que somos en el presente es su resultado y obvia continuidad.

En la escuela no nos enseñaron que la ciudad de México del siglo XVI al XVIII fue la más cosmopolita del mundo, se puede decir que fue la primera ciudad global en el planeta. La habitaban españoles, italianos, portugueses, irlandeses, escoceses; también africanos que venían de esclavos y algunos que ya eran hombres libres; había japoneses, chinos, camboyanos y una muy importante colonia de filipinos; eso sin contar todas las etnias mesoamericanas que vivían en la capital de la Nueva España. En la ciudad de México confluían personas y lenguas de todo el mundo, mucho más que en el propio Madrid en el Londres o París de esos años.

Era una sociedad intensa y de expresiones muy ricas. El error siempre intencionado ha sido querer ver este período de nuestra historia bajo un cristal de modernidad ilustrada y científica, cuando lo correcto sería entenderlo y estudiarlo como lo que fue, un período histórico que se corresponde perfectamente con su tiempo y circunstancias.

En un tiempo las monedas acuñadas en la casa de Moneda de la Ciudad de México se utilizaban para pagar gastos de gobierno e impuestos en China y eran una de las de mayor circulación en el mundo. Esto obedecía al comercio entre la Nueva España con el Extremo Oriente y Europa.

El primer Santo Mexicano no hizo sus milagros en estas tierras, fue un mártir en Japón en el siglo XVII y la forma de reconocerlo en la iconografía religiosa de la época es la de su imagen montando un águila que devora una serpiente.

El México de hoy es un país occidental, que habla español y es heredero de una cultura Católica, que es, sin la menor duda, la continuidad histórica de la Nueva España. No hay otra forma de entenderlo, no es posible que como mexicanos no queramos ver nuestro reflejo en el espejo de esos 300 años novohispanos.

Todos los días caminamos por las calles de nuestras ciudades y vemos la evidencia de este período histórico que construyó catedrales, palacios, edificios públicos, conventos, iglesias, obras militares y que a pesar de estar frente a nosotros, nos han enseñado a no verlos ni aceptarlos. Parece que los construyeron seres completamente ajenos, que vinieron, nos mataron y dejaron como castigo por supuestamente traicionarnos a nosotros mismos, todo el increíble y maravilloso arte novohispano.

Debemos ser consientes que esos 300 años son nuestros, es parte de nuestra herencia y somos el resultado del más extraordinario mestizaje de la historia de la humanidad.

Pero entiendo que les da miedo decirnos eso, nadie podría con nosotros si lo llegáramos a saber y entender. Por eso mejor exigir a España y al Vaticano que nos pidan una disculpa por la conquista y el mestizaje que dio origen a México.

Seguimos como perdedores, no entendemos que lo que había antes de la conquista es solo la mitad de lo que somos ahora, y permanecemos empeñados en rechazar la otra mitad de nuestra extraordinaria herencia.

Yo no quiero que nadie me pida una disculpa, no la necesito.

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