Dijo que la hija de su secretaria del Trabajo no había sido empleada por su madre, pero la madre y los documentos del Seguro Social lo hicieron ver como un mentiroso. Dijo que se bajaría el sueldo en más de un 20 por ciento, todo para quedar bien con López Obrador, y que asimismo lo harían los miembros de su gabinete, pero ahora sale con que no se puede porque los “organismos autónomos” lo amenzaron; ahora dice que no dijo lo que dijo, que no lo amenazaron. Ahora trata de dorarnos la píldora diciendo que va a buscar la manera de donar esa parte que debían descontarle, constante en mentir, esperamos que esa sea otra gran mentira.
Señala Ikram Antaki que «el mentiroso se complace en una realidad ficticia, la mentira es una ilusión de poder, a falta de poder real». Y eso es lo que pasa con el gobernador de Veracruz, ante la falta de poder real, ese que requiere de legitimidad, Cuitláhuac García opta por la mentira, la mentira con la que construye su propio mundo, y en la que sustenta su falso reino.
¿Por qué no decir la verdad? Porque la verdad lo puede alcanzar, porque la verdad le quitaría la careta y lo mostraría cual es: Un ser incapaz, un pelele, un abandonado por la inteligencia, un disléxico de la política, un rencoroso con la victoria, un hombre que no ha logrado concordia entre su cerebro y el lenguaje.
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