Édgar Landa Hernández / Se me vino a la mente una pequeña estrofa de una melodía que hiciera famosa allá por los 80s, el cantautor español Camilo Sesto, y les comparto un breve verso:
-Perdóname
Si pido más de lo que puedo dar
Si grito cuando yo debo callar
Si huyo cuando tú me necesitas más-.
Y haciendo alusión a esta pequeña estrofa, ¿por qué a las personas se nos hace tan difícil perdonar? ¿Por qué nos cuesta tanto doblegar nuestro ego y orgullo y nos quedamos con esa espinita clavada?, pero decidimos no dar nuestro brazo a torcer y no somos capaces de perdonar, incluso a nosotros mismos.
Decirlo es fácil, “perdón” palabra que consta de dos sílabas, pero en la acción es más complicada efectuarla y sobre todo cuando nos mantenemos en una forma engreída y como se dice vulgarmente decimos, ¡aquí sólo mis chicharrones truenan!.
El perdonar ennoblece y sobre todo se deshace uno de un sobre peso que no nos deja recorrer nuestro camino de una forma ligera. Perdonar es encontrar los motivos para reivindicar las malas acciones y con el perdón llega la claridad y sobre todo de nuevo se posa uno sobre las alas de la libertad.
Claro que perdonar es todo un proceso, mientras no se perdone a uno mismo, no se podrá dar este gran salto.
Les comparto una breve, pero sustancial forma de adquirir el perdón, tomada de la filosofía SEI CHO NO IE. Ojala y les funcione como me ha funcionado a mí.
“Yo te perdono y tú también me perdonas, porque tú y yo somos uno solo ante Dios. Yo te amo y tú también me amas, porque tú y yo somos uno solo ante Dios. Yo te agradezco y tú también me agradeces, muchas gracias. Muchas gracias. Muchas gracias. Entre tú y yo ya no existe ningún resentimiento, oro sinceramente por tu felicidad. Si Dios te perdona yo también te perdono. Dios ya perdonó todos mis errores y me acoge con su inmenso”.
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