El primero de julio, por la tarde-noche, Aurelio Nuño con el rostro desencajado, los labios resecos y parco en su repuestas caminaba de un lado para otro en el búnker tricolor. En unos cuantos minutos, para ser exactos a las 20:10, José Antonio Meade reconocería el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Nuño Mayer sabía que, de ese momento en adelante, su orfandad y naufragio político ya era una realidad. Su obcecación por meter la Reforma Educativa, en los discursos del candidato, fue una estrategia fallida.
Sus antecedentes de enfrentamiento directo con los maestros disidentes, al obligarlos a evaluarlos con tolete y gas lacrimógeno, pesaron mucho. Se sabe que después de la derrota, el fallido estratega viajó por Turquía. Hoy, anda desempleado, es cierto seriamos ingenuos, si creemos que no hizo un buen guardadito, no obstante, su error fue jugar sin protección, sus colegas, están en el congreso, otros amasaran las fortunas de sus negocios.
Aurelio Nuño es un náufrago más del tsunami tabasqueño. No tiene diputación o senaduría, real e ingenuamente pensó que el PRI ganaría o arrebataría la victoria de sus contrincantes. Creyó torpemente en su Reforma Educativa y fue tan ciego e incapaz de ver el abismo al que se encaminaba. Hoy su obra maestra tiene los días contados. Pronto será borrada y, junto a ella, se irá la figura de uno de los más acérrimos enemigos del magisterio mexicano.
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