Cómo destruir un proyecto en dos años, o antes

Dinásticos
Miguel Ángel Yunes Márquez y Miguel Ángel Yunes Linares FOTO: PERIÓDICO VERAZ
- en Opinión

Jesús J. Castañeda Nevárez / Hay proyectos que se inician desde ceros y se van construyendo con el tiempo, dando pasos, esperando las circunstancias; algunas veces avanzando y otras retrocediendo, pero sin dejar de aspirar al mayor resultado que satisfaga el anhelo de éxito y que éste alcance para garantizar la continuidad generacional.

Normalmente el tiempo de espera va nutriendo la experiencia y el conocimiento va haciendo lo propio con la madurez y aplomo que en el momento preciso será requerido.

Y “haiga sido como haiga sido”, una vez que se logra llegar al sitio tan anhelado, el reto es mantenerse en la cima y extender el éxito a la siguiente generación.

Pero lo que cuesta trabajo evitar, cuando se logra alcanzar el éxito, es el sufrir el vértigo al subirse sobre un ladrillo; el extravío de la realidad objetiva y la embriaguez del poder que se acrecienta con la participación de coros de aduladores que celebran todo con escandalosos aplausos que sofocan y minimizan el clamor de los dolientes que quedan aplastados por actos de injusticia.

Hay muchas historias que tuvieron un proceso ascendente y de pronto, cuando todo apuntaba para alcanzar las nubes, éstas se nublaron y fuertes aguaceros vinieron a apagar el fuego, inundar sus jardines, aguar la fiesta y llenar de fracaso sus palacios.

Necesariamente deben haber ocurrido muchos errores; descuidos de aspectos elementales para el buen funcionamiento de cualquier empresa y de cualquier proyecto productivo o proyecto político.

Los errores se pagan y se pagan caros; muchos pudieron evitarse a tiempo, pero la soberbia impide la visión y nubla la razón.

Eso parece ser lo que sucedió en Veracruz.

Aunque no todos hayan salido a votar en el proceso electoral de 2016, la mayoría de los que sí lo hicieron eligieron a la persona que inspiró la confianza de que haría justicia y pondría en la prisión a los responsables del quebranto económico que puso al estado en condiciones deplorables.

El triunfo fue celebrado por todos, aún por quienes sufragaron en otro sentido, pero que en su conciencia había la certeza de que era urgente y necesario el que las condiciones fueran distintas, que hubiera un cambio, un verdadero cambio.

Y el cambio llegó, pero con la espada desenvainada, cortando cabezas a diestra y siniestra, a todo el que tuviera algún indicio de responsabilidad y aunque no lo tuviera, daba lo mismo. Para los verdugos del cambio todos tenían cara de culpabilidad.

El cambio llegó lastimando derechos laborales adquiridos por muchos años de servicio y lanzó al desempleo a cientos de personas y a muchos de ellos por su edad les resultó muy complicado encontrar otra opción de obtener ingresos con los cuales alimentar a sus familias.

El cambio también arrasó con los proveedores locales, para sustituirlos por nuevos proveedores llegados desde otros sitios, pero vestidos de color azul.

Los proveedores locales fueron criminalizados al ser etiquetados con varios adjetivos asociados a lo ilícito con la intención clara de no reconocerles los adeudos institucionales y obviamente no pagarles.

El impacto del desempleo directo y el ocasionado por el cierre de empresas proveedoras que no pudieron aguantar y sucumbieron por sus propias deudas, se reflejó en una desaceleración económica que afectó gravemente el ecosistema de los negocios.

Pero, además, el no pagar a los proveedores ocasionó un círculo vicioso y fatal que afectó su situación económica y provocó un gran malestar entre los empresarios, extendiéndose automáticamente a los trabajadores como una bola de nieve, llegando a cientos de familias afectadas que identificaron muy bien el origen de su daño y estuvieron dispuestas a actuar en venganza en el momento oportuno, mismo que llegó el 1 de julio.

Y cuando el fracaso llega, hay desconcierto; porque todo pintaba tan bien; todo era perfecto; todo estaba calculado para el festejo al final del día y de pronto los números no les cuadraron, el conteo no dio las cifras ganadoras y el fantasma de la derrota empezó a transformar la alegría en llanto.

Entonces llegó también la frustración, el coraje, el odio y las ganas de destruir y desquitarse de los demás, de quienes son culpables o de quienes se considera como culpables de lo que pasó.

Pero los culpables están adentro. Los colaboradores insensibles que lejos de reconocer el problema de los empresarios y buscar la forma de ayudarles les agraviaron cerrando sus puertas y desconociendo los adeudos.

¿Por qué no se les pagó a los proveedores? Ellos lo saben muy bien. Como también saben que clavaron una puñalada en el corazón de la economía de Veracruz y el resultado de su crimen es la razón de su derrota.

Tuvieron todo para hacer el mejor gobierno de 2 años para asegurar los 6 o 12 siguientes, pero se traicionaron a sí mismos y los convirtieron en una parranda de odio de 19 meses, con excesos de soberbia y desinterés, que terminarán con 5 meses de tremenda cruda moral y existencial.

Lástima, era suya y la dejaron ir. Es mi pienso.

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