Los mariachis callaron, las matracas también, los pomos ni siquiera se abrieron, no había motivo para celebrar; las caras largas reflejaban el resultado de la elección. Los resultados de sus encuestas de salida eran fríos y la derrota ya estaba sellada. La participación del respetable electorado fue amplia y en esta ocasión, les estaba dando la espalda. Esta descripción bien puede aplicar para los candidatos del PRI y del PAN.
Fueron arrasados por completo por un torbellino llamado Andrés Manuel López Obrador, que se arropó con las masas populares. El hombre más querido y a la vez más odiado será el próximo presidente de los mexicanos.
A pesar de sus dos anteriores derrotas, una bien robada por Calderón, de sus malquerientes y de la guerra sucia, el tabasqueño se supo levantar de las cenizas como Ave Fénix y hoy es el nuevo presidente electo, es el hombre que dirigirá el destino de casi 120 millones de mexicanos. Y por cierto, tendrá las dos cámaras, la de Senadores y de Diputados, a su favor.
Muchos esperan el momento en que Andrés Manuel López Obrador sea investido con la banda presidencial por el priista Enrique Peña Nieto. Finalmente, y después de dos intentos anteriores, la voluntad del pueblo coloca a un tabasqueño en la residencia oficial de Los Pinos.
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