La selección nacional es el reflejo de una gran parte de la sociedad mexicana. Estos seleccionados son buenos para la chacota, la pachanga y el desmadre. No son buenos para trabajar en equipo, no se hablan, no cooperan y son erráticos. Ganan salarios de ensueño que nunca un mexicano promedio podrá juntar en toda su vida. Son vedettes que sólo sirven para lucir sus uniformes, no desquitan lo que ganan. Y por cierto, junto a sus patrocinadores, son la fuente de falsas esperanzas, para mexicanos ilusos, que cuadran perfectamente con la descripción del gran Chava Flores.
La selección mexicana no sólo enfrentará al campeón del mundo, también enfrenta una historia cargada de mediocridad futbolera. México nunca ha ganado nada en los mundiales de futbol. Nunca ha trascendido, ni es considerado potencia del balompié. Su director técnico es un sujeto que no tiene una alineación definida, si alguien le pusiera nombre a su estrategia de juego, bien podría llamarle “chile con huevo”.
Por cierto, las “estrellas” que juegan en el viejo continente, también cojean del mismo pie, sólo son luceros que brillan a ratos, no trascienden, ni tienen hambre de campeones. El último partido de preparación contra Dinamarca sólo es un presagio de la tormenta que se le avecina al Tri.
Ah, pero eso sí, los tricolores salieron buenos para el cotorreo. No cabe duda que tiene peso el dicho que reza «jalan más dos tetas que dos carretas». Ojalá y los tricolores se imaginen que el balón es una glándula mamaria, quien quita y así le atinen a la portería.
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