Los que conocen la historia de Joaquín López-Dóriga no se extrañan de que el señor haya terminado donde terminó, en el lado oscuro del periodismo, en la vocería de un grupo de poder que lo utiliza para lanzar mordidas y ladridos a los que consideran sus enemigos. Alguien que trabajó muy cerca de él dice que siempre fue traidor, a la par de sus excesos que tuvieron como consecuencia la amputación de parte de su extremidad inferior.
En el programa Tercer Grado que el día de ayer se reestrenó con una entrevista a Andrés Manuel López Obrador, el extitular del noticiero de la noche en Televisa, lanzó mordidas que López Obrador esquivó. López-Dóriga lo quiso enganchar en el tema de la carta del grupito de empresarios que busca seguir chupando la sangre a los mexicanos, que busca seguir evadiendo impuestos; ese grupito cínico que se ha hecho rico a costa de la pobreza de los mexicanos.
López-Dóriga, el decadente, el que se puso de rodillas ante María Asunción Aramburuzabala, el que tiene todavía sueños de grandeza y se despierta gritando una palabra que inmediatamente olvida: DIGNIDAD.
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