Édgar Landa Hernández / Camino como todos los días después de levantarme, aun con la huella de una noche de no dormir bien, como antes lo hacía y sé cuál es la razón, pero la callo. El sonido de mis chanclas se vuelve abrupto debido al silencio que reina a esa hora, son casi las 5:30 a.m. ¡yo que siempre me levanto a las seis!, pues me está faltando media hora de sueño.
Pero igual, me levanto con la misma alegría de siempre. Eso si, cada vez me cuesta más abrir mis ojos, hay veces que quisiera ya no despertar y así proseguir sin prisas y gozando de mi almohada que es la que me entiende. Ya lo sé y lo comprendo, quizás sea la edad en la que transito y en la que paulatinamente va recorriendo junto conmigo las huellas que he pisado.
Y llego al espejo, un leve respiro y me observo, me detengo por unos instantes y me reviso de pe a pa, el reflejo se ve bien, pero sé que solo es una imagen ilusoria, un holograma que dice miles de cosas; más no siente. El del sentir soy yo, no ese que se me queda viendo con una sonrisa que asemeja una rebanada de sandía, él no comprende lo que guardo y me aqueja.
Quizás sea el fruto de algún acontecimiento de lo que existió alguna vez y me lo muestra claramente a través del reflejo, y quiere que me vuelva a sentir tal como se ve él y no yo, o ya no se ni lo que digo, pero sé que me perturba. Hay ocasiones que quisiera hacerle tantas preguntas, ¿me reconoces realmente? ¿crees que tu sonrisa sea la solución a lo que siento y guardo yo en este órgano cardíaco que en múltiples ocasiones se torna necio y no me obedece?
Algo me dice que sabe lo que aturde mis sentidos y sentimientos, más nunca dice nada, solo me observa y sonríe. !Sé que se burla de mí! pero creo que hoy descubrí algo que me llevó a pensar y actuar de diferente manera. No siempre cómo me veo me siento… ¡La realidad ante el espejo!