Édgar Landa Hernández* / “Llévele, llévele, fresquecita, recién cortadas, llévele marchanta para su altar” Son los gritos de un vendedor de flores ofreciendo su mercancía a los transeúntes que poco a poco se congregan en los principales mercados de la ciudad. El olor a nixtamal, a masa y hojas de papatlas y totomoxtle es el común denominador dentro de una tradición que se niega a morir y permanece latente ante esta globalización que poco a poco va destruyendo todo.
Y mientras se prepara todo para honrar a los muertos, los que quedamos vivos hacemos una pausa, reflexionamos y nos preguntamos, ¿será que me he preparado para mi muerte? ¿He hecho lo que me corresponde como persona? ¿Han sido mis obras parte de la felicidad de mis prójimos?
Para un servidor la muerte representa un estado evolutivo, el cese de las funciones del organismo para entrar en otro estado de luz, al que volvemos nuevamente ya que nuestro tiempo en la tierra llegó a su tiempo.
Así como honramos a nuestros antepasados, también debemos de honrar a los que aún permanecen a nuestro lado, vivir de una forma llena de armonía y plenitud, dejando atrás odios y rencores, buscar la forma de resarcir y limar las asperezas que únicamente traen consigo enfermedades y malos momentos, Es tiempo de reflexión, de hacer una introspectiva, mirarnos al espejo y preguntarnos ¿si tú fueras otra persona convivirías contigo mismo? ¿Te aceptarías tal como te ves?
La sana convivencia es un ejercicio de sanidad, conlleva a ser creativo, a pensar no solo en uno mismo sino a concentrarse a edificar una fe que conlleve a seguir tras la esperanza de que el mundo si puede cambiar, pero para ello es necesario cambiar nosotros mismos.
Nadie da lo que no tiene.
Nadie es más que el otro, somos distintos, pero por nuestro ser corre sangre del mismo color, somos hechos de la misma forma.
Aceptémonos tal cual somos, y respetemos las diversas formas de pensar, analicemos las palabras que utilizamos al hablar y sobre todo que de nuestro ser salgan bendiciones para los demás, ya que la bendición tiene doble poder.
No somos seres absolutos, todos necesitamos de todos, y por ello debemos de vivir con la concordia, si sabemos dar también debemos de aprender a recibir.
Reciban a sus “muertitos con gusto y regocijo, y sobre todo agradeciendo que sin ellos no hubiera sido posible que nosotros estuviéramos aquí.